El sarcoma es un tipo distinto de cáncer que se origina en los tejidos conectivos de nuestro cuerpo, como huesos, músculos, grasa, nervios, cartílago y vasos sanguíneos [1]. A diferencia de los tipos de cáncer más prevalentes que comienzan en los órganos, los sarcomas suelen descubrirse en los brazos, las piernas, el pecho o el abdomen [2].
Los sarcomas se clasifican en dos tipos principales: sarcomas óseos y sarcomas de tejidos blandos [3]. Los sarcomas óseos, como su nombre indica, comienzan en los huesos [4]. Por el contrario, los sarcomas de tejidos blandos se inician en los músculos, la grasa, los nervios o los vasos sanguíneos [5]. Los tipos de sarcomas óseos que ocurren con más frecuencia son el osteosarcoma, el sarcoma de Ewing y el condrosarcoma [6]. Los sarcomas de tejidos blandos incluyen el liposarcoma, el leiomiosarcoma y el sarcoma sinovial, entre otros [7].
Los síntomas del sarcoma pueden variar enormemente en función del tipo y la ubicación del tumor [8]. Un bulto o hinchazón puede ser el primer signo notable, especialmente en el sarcoma de tejidos blandos [9]. Los sarcomas óseos pueden provocar dolor o hinchazón en la zona afectada o incluso fracturas [10]. Es crucial tener en cuenta que estos síntomas también pueden ser provocados por condiciones distintas al cáncer, por lo que es vital consultar a un profesional de la salud si tienes alguna preocupación [11].
El tratamiento para el sarcoma a menudo comprende una combinación de cirugía, radioterapia y quimioterapia [12]. La elección del tratamiento depende del tipo, tamaño y ubicación del sarcoma, así como de la salud general del paciente [13]. En algunos casos, también se puede utilizar terapia dirigida o inmunoterapia [14]. Es crucial discutir tus opciones de tratamiento con tu equipo de atención médica para asegurar el mejor resultado posible