En efecto, la exposición frecuente a la radiación es un factor de riesgo significativo para el cáncer [1]. La radiación es una forma de energía que proviene de una variedad de fuentes [2]. Algunas fuentes son naturales, como los rayos del sol o el gas radón, mientras que otras son creadas por el hombre, como las radiografías médicas o las centrales nucleares [3]. Nuestros cuerpos están equipados para manejar un cierto nivel de radiación, pero cuando la exposición supera estos niveles, puede infligir daño en las células y el ADN, potencialmente conduciendo a cáncer [4].
El riesgo de desarrollar cáncer por radiación está influenciado por varios factores, incluyendo la dosis, la duración de la exposición, y la edad y la salud general del individuo [5]. La radiación de alta dosis, como la de un accidente nuclear, puede causar daño inmediato y aumentar significativamente el riesgo de cáncer [6]. Sin embargo, incluso la radiación de baja dosis, si es frecuente, puede incrementar el riesgo de cáncer con el tiempo [7].
Es crucial entender que no toda la radiación es igual [8]. La radiación ionizante, que incluye las radiografías, el radón y la radiación nuclear, es más dañina que la radiación no ionizante, como la de los microondas o los teléfonos móviles [9]. La radiación ionizante posee suficiente energía para desalojar electrones fuertemente unidos de los átomos, dañando así las células y conduciendo al cáncer [10].
Para minimizar tu riesgo, es aconsejable limitar tu exposición a la radiación innecesaria [11]. Esto incluye imágenes médicas innecesarias, residir en hogares con altos niveles de radón, y la exposición ocupacional [12]. Revisa regularmente tu hogar en busca de radón, usa protector solar para protegerte de los rayos dañinos del sol, y discute la necesidad de imágenes médicas con tu proveedor de atención médica [13].