El consumo de alcohol puede influir significativamente en la salud de los pacientes con cáncer, así como en la eficacia de su tratamiento [1]. El alcohol es reconocido como un carcinógeno, lo que implica que puede ayudar en la formación de ciertos tipos de cáncer [2]. Para aquellos que ya han sido diagnosticados, el consumo de alcohol podría potencialmente empeorar la enfermedad y complicar el proceso de tratamiento [3].
Principalmente, el alcohol tiene el potencial de debilitar el sistema inmunológico, lo que dificulta la capacidad del cuerpo para combatir las células cancerosas [4]. También puede tener una interacción negativa con ciertos medicamentos para el cáncer, disminuyendo su efectividad o provocando efectos secundarios perjudiciales [5]. Por ejemplo, el alcohol puede aumentar la toxicidad de la quimioterapia, resultando en efectos secundarios más intensos como náuseas, vómitos y fatiga [6].
Además, el alcohol puede llevar a la desnutrición en los pacientes con cáncer [7]. Es alto en calorías pero carece de valor nutricional, lo que puede resultar en fluctuación de peso e impedir la capacidad del cuerpo para absorber nutrientes vitales [8]. Esto puede impactar la fuerza y resistencia de un paciente, dificultando su capacidad para manejar las demandas físicas del tratamiento del cáncer [9].
Por último, el alcohol puede aumentar el riesgo de cánceres secundarios [10]. Por ejemplo, el consumo excesivo de alcohol está vinculado con un mayor riesgo de cánceres de la boca, garganta, esófago, hígado y mama [11]. Para aquellos en remisión, el consumo continuado de alcohol puede aumentar las posibilidades de recurrencia del cáncer [12]. Por lo tanto, se recomienda que los pacientes con cáncer limiten su consumo de alcohol o se abstengan de él por completo [13].